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María Teresa Di Dio
Se acercaba una tormenta; se podía escuchar a las olas estrellarse contra las rocas y al viento helado azotar con furia la casa.
Se acercaba una tormenta; se podía escuchar a las olas estrellarse contra las rocas y al viento helado azotar con furia la casa.
El frío
se colaba por las hendiduras castigando el cuerpo de la mujer que temblaba también de miedo. Truenos y relámpagos resonaban en la distancia… Esta es la historia
de un personaje triste y solitario.
Vivía en
aquella casa desde que tenía memoria, que también había envejecido con ella. Su esposo e hijo no habían regresado del mar… La
melancolía y la tristeza eran sus únicas compañeras.
Había
llegado a la casa de los que fueron sus padres apenas se había casado con aquél
pescador y allí había nacido su hijo. Tan sólo si la vida le diera un respiro, algo por lo que vivir, pensaba Josefina… Sentada en la cama a la luz de una
vela, que dejaba un olor a rancio hasta el amanecer. Josefina rezó y pidió perdón
a Dios por no hacerlo todos los días.
A lo
lejos entre el vendaval escuchó gritos. Abrigándose, salió; las ráfagas de
viento amenazaban con hacerla caer. Entre las rocas una lancha pesquera se
astillaba y los hombres, que trataban de salvar a sus compañeros, eran barridos
por el fuerte oleaje. Se olvidó del frío y prestó sus manos a los pescadores…
Después
de unas horas pudieron ponerse a salvo… Regresó con ellos, empapada y tiritando
de frío.
En la
vieja cocina a leña les preparó un tazón de sopa para reconfortarlos...
Todo lo
sentí, todo lo sufrí aquella noche en que mi lancha resultó destruida por la
tormenta. Josefina tiene hoy un puesto dónde vende lo que nosotros pescamos…
¡Su vida ha cambiado!
Fin
Solo se puede salir de las propias tormentas cuando se extiende la mano a otros que tienen las suyas. Me gusta el cuento. Me gusta todo aquello que lleva mensajes de esperanza.
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